Y con
el casco limpio, los ánimos arriba -aunque un poquito cansados, al
menos yo, de las más de tres mil millas que llevábamos desde la
salida de Panamá- iniciamos el último tramo de la travesía que nos
llevaría a Pto Montt.
Levantamos
ancla a las 11 de la mañana en un día soleado, con un viento
suavito para ceñir cómodos, haciendo algo menos de 5 millas/hora.
Todo bien. La temperatura del agua nos daba más de 18°, en el resto
de la travesía el descenso de la temperatura del agua sería como
nuestro “termómetro” de cuan al sur estábamos llegando.
Si en
el trayecto hasta Pascua me dediqué a “entenderme” con el piloto
de viento, en este tramo se me fueron buenas horas estudiando cositas
de meteorología (Johan como siempre ha demostrado paciencia como
profesor y no ha escatimado horas ni dibujitos para aleccionarme en
el tema que ¡mira por dónde! me ha resultado muy interesante). Para
empezar no hacíamos ni de lejos rumbo directo a Puerto Montt sino
que apuntábamos al sur ¿por qué? Preparaos! ahí van unos datos
más técnicos. Vaya por delante que he aprendido mucho pero sólo
soy aprendiz así que posiblemente mi explicación será muy
simplista para los entendidos, pero incluso así puede ser muy tostón
para aquellos a quienes el tema no interesa. A sabiendas de todo
ello, ahí vamos
¿por
qué no hacíamos rumbo directo Pascua-Pto Montt?
Esta
es la ruta que recomiendan los diversos libros (ahí se aprecia la curva)
Entre Isla de Pascua y el continente casi siempre hay una alta presión importante (algo
así como la que suele estar sobre las Azores) que es más o menos
grande y está algo más o menos al sur dependiendo de la época del
año pero ahí está
A esto
hay que sumar la dirección de las corrientes en la zona que viene a
ser esto
Los
vientos que prevalecen en el área dependen de la época del año.
Entre julio y septiembre este sería el esquema de predicción
general
Y este
el de los meses de octubre a diciembre
Como
veis la mejor forma de llegar a Puerto Montt (acompañados tanto de
los vientos del oeste que vienen desde Australia como por las
corrientes favorables) es navegar dirección sur hasta encontrar los
elementos favorables. Navegando entre julio y septiembre los
westerlies (vientos del oeste) ya se encuentran en los 33° Sur pero
la posibilidad de encontrar tormentas provocadas por las bajas
presiones que vienen de la misma dirección es muy alta lo que casi
te asegura bastantes días de navegación dura y difícil (el precio
de acortar el camino).
Navegando
entre octubre y diciembre, la posibilidad de tormenteas y vientos
duros es muy escasa pero lo habitual es tener que navegar hasta 39°
Sur.
Y
nosotros elegimos la opción más segura y dentro de ella el mes de
diciembre que es el de menos riesgo de fuertes vientos.
Por
eso nuestra travesía empezó con rumbo sur (hacíamos rumbo entre
170-190°) y nuestro objetivo, buscar viento allá abajo. La
estrategia concluía con la programación de la arribada. Llegados a
la costa continental chilena, los vientos son -en esta época y en el
90% de los casos- de componente sur. Por eso es importante “apuntar”
algo más abajo de Puerto Montt y dejar que viento y corriente te
lleven al canal de entrada que se recorta al norte de Chiloé; si se
apunta directo a la entrada, se corre el riesgo de acabar en Valdivia
sin remedio. Ok, teoría aprendida, todo avante capitán!
Iniciamos
el viaje a vela, con buen ángulo de viento y buena velocidad,
dirigidos por el piloto de viento; iban pasando las horas. Al llegar
la noche empezaba a sentirse el frío y con el paso de los días
hicieron aparición las ropas de abrigo: los primeros días algún
suéter de manga larga, algunas noches ya usábamos ropa interior
térmica, más adelante tocaría buscar los calcetines más gordos y
los últimos días guantes y bufandas...
El
cuarto día de la travesía -y faltaban muchas millas por delante- el
viento fue cayendo hasta hacer necesario el motor. No
habíamos cargado más diesel en Pascua porque nos quedaban unos ¾
de depósito y esta ruta se caracteriza por los vientos de más, más
que por su escasez, sin embargo – volvemos a explicar que este año
había previsión del fenómeno del Niño -suavito pero ahí- se hacía notar. Los partes de
meteo dejaban claro que estábamos entre dos altras presiones en una
zona que se acercaba mucho a la calma chicha.
Los días siguientes
fueron tranquilos a bordo pero el viento -juguetón- iba y venía.
Como no se puede ir a motor a más de 1000 rpm con la pala del timón
de viento en el agua, el único lío era que Johan debía recoger y
volver a montar el piloto a cada rato (también es cierto que no
teníamos mucho más que hacer... pero se hacía pesadito) y así
ibamos avanzando con la confianza de que más al sur el viento nos
iba a sobrar.
En la
anotación del cuaderno del 13 de diciembre escribo que “parece que
navegar rápido y tranquilo es posible. ¡qué maravilla!” y lo
escribo tras apuntar que hace horas que llueve. Decir que la capota
nos ha ayudado mucho y que cuando se navega bien, la lluvia nos ha
parecido un mal menor (sobre todo porque no teníamos que estar
plantados en la rueda!)
En
cuanto a la cocina, este viaje he estado menos entusiasta a la hora
de fotografiar los menús pero no hemos comido nada mal. Como
siempre, me encantan los fogones, cada día hemos tenido un plato
bien elaborado en la mesa. Los primeros días con el atún que
pescamos durante nuestro paso por Pascua, a la semana de salir con
una albacora de no menos de 10 kg que nos alimentó una semana larga:
rebozada, con pasta, con arroz, en croquetas, albóndigas, a la
plancha, guisada con patatas...
Como
las dos capturas del viaje han sido muy grandes nos hemos abstenido
de echar más la caña porque los botes de hacer conservas estaban
todos llenos, pero de nuevo no nos podemos quejar porque el mar nos
ha dado todo lo necesario.
Lo más
pesado de la travesía no ha sido la lluvia, o las temperaturas que
iban bajando, lo peor han sido de nuevo -por lo menos para mi- las
noches de guardia.
A
pesar de los dos paroncitos, han sido muchos los días de mar y
muchas las noches de guardia. Yo recuerdo haber llorado un par de
veces hacia el final (de pura rabia o autocompasión, encerrada en el
baño) a penas unos minutos antes de decirme “pero bueno! Si falta
casi nada” y sí, lo cierto es que podría haber seguido sin daños
permanentes a mi salud por semanas y meses... pero no tenía ganas.
Entre las noches y las siestas, teníamos más que cubierto el cupo
de sueño necesario. No es que la cosa fuera traumática... es sólo
que a mi me cuesta.
Pero
entre quejas y lamentos, el mar se portaba bien con nosotros y aunque
alternábamos días de buen viento, velas rizadas, otros tocaba echar
mano del motor. Empezábamos a pensar que íbamos a hacer corto de
diesel!
Llegamos
a los 39° Sur y el viento no aparecía. En nuestras conversaciones
con Miguel, durante días, la conclusión siempre era la misma:
“tendrán que ir más al sur, muchachos” Y mapas de la zona
dibujaban viento, sí, y mucho a veces, pero allá en los 45°S ¡y
no queríamos bajar tanto!
Johan iba llenando libretas con los pronósticos y las estrategias.
Pero
-quieras que no, los elementos marcan- aun cuando arrumbamos a
continente no pudimos hacerlo con un rumbo E sino SE y un día nos
plantamos en los 43°... sin demasiado viento. A ratos poníamos el
motor a 1000 rpm para apoyar a las velas atangonadas e ir avanzando
pero siempre teniendo presente que queríamos una buena reserva de
diesel para hacer las millas que nos separarían de Chiloé a Puerto
Montt en un escenario donde los vientos eran mucho más inciertos.
Con el
viento entrando por popa cerrada, con orejas de burro (una vela a
cada banda) el Alea adelantaba bien, pero menos feliz que con otros
ángulos y notábamos que cabeceaba más de lo que querríamos.
Puesto que teníamos bastante peso en proa, Johan decidió que
ganaríamos en estabilidad desplazándolos a popa y así una tarde
nos dedicamos a pasar kilos y kilos de cabo (tenemos 400 m de cabo
flotante de amarre para los canales más una jarcia de labor completa
de reserva) y los tanques flexibles de agua hacia el camarote de popa
y ¡mejoramos un montón!
Un
día, en un control rutinario para comprobar que no había agua en
las sentinas, vimos que ¡ah! había un poquito de agua ¡no! era
salada. Después de una investigación breve vimos que era la bomba
de agua salada de la refrigeración del motor que perdía unas gotas
(a penas unas 3 o 4 gotas por minuto) y echamos mano de los amigos y
la BLU (¡cuánta compañía nos ha hecho la radio) para confirmar
que era una avería menor y que no nos iba a dar problemas hasta
llegar a puerto. El Archibald, el Cibeles, el Nomade... todos ahí a
poner la oreja y a compartir sabiduría. Nos confirmaron lo que
sabíamos y vigilantes pero tranquilos seguimos adelante!
Y como
no todo va a ser quejarse, deciros que tuvimos días MARAVILLOSOS en
los que nuestra mayor ocupación era mirar al cielo.
Llegó la Navidad y no hicimos nada especial -todos los días eran lindos y especiales- más que poner nuestro Papá Noel marinero!
Porque
a estas alturas la única preocupación era adivinar cuántas noches
nos faltaban y si llegaríamos para celebrar el fin de año en la
marina.
Las
previones de meteo eran tan cambiantes que nos estaban volviendo
locos. Para unas mismas coordenadas un día la previsión era de 15
nudos del W, al siguiente 25 del N y al siguiente 0 viento... parecía
que íbamos a necesitar ir a motor más de 48 horas y nuestras
reservas de diesel estaban bajitas.
Además,
si los vientos costeros debían ser (según las famosas estadísticas)
del sur, teníamos un Norte establecido que nos desbarataba los
planes.
Finalemente,
los dos últimos días fueron los más duros en cuanto al viento.
Con
30 nudos bien establecidos entrándonos entre el través y la aleta pero con una corriente en contra que formaba una ola corta e incómoda,
con las velas rizadas y el piloto de viento trabajando, con rumbo
directo al canal de entrada entre Chiloé y el continente pasamos las
últimas noches tranquilas pero vigilantes y por fin el día 28 quedó
claro que pasaríamos la noche durmiendo fondeados en Puerto Inglés
al norte de Chiloé.
Las
últimas millas fueron tal vez las más tensas porque el viento era
duro, la corriente importante y el paso nada gigantesco. Los dos bien
abrigados porque llovía y hacía frío, mano a mano en la cubierta,
nos aproximamos al final de la más larga de nuestras travesías.
Llegamos
a Puerto Inglés y siguiendo las indicaciones de las guías fuimos a
buscar el mejor punto para dejar caer el ancla. Johan a la rueda, yo
frente al ancla, la lluvia parecía nieve, el viento castigador.
Pensé -con lágrimas en los ojos- que tal vez Chile era un país
frío e inhóspito, que tal vez nos habíamos equivocado...
Echamos
el ancla y nos preparamos un buen tazón de café. Nos deparara el
país lo que nos deparara, íbamos a dormir del tirón hasta
cansarnos.
Reportamos
nuestros datos y posición a la armada chilena... y nos fuímos a
dormir, en los mares del sur
4 comentarios:
Hola chicos ,
Muy bonito relato Silvia, gracias por compartirlo.
Silvia,
Muy interesantes tus crónicas. Me ayuda a incorporar experiencia de navegación “desde la orilla”. Y provechando este ultimo relato, es que me surgió la siguiente consulta: Cual es el libro que utilizan para sacar las rutas recomendadas? En el mismo tiene las estadísticas de vientos y mareas, o utilizan otros libros? Desde ya muchas gracias, y continuen disfrutando.
Saludos Marcelo
Que hace falta para acompañarlos en algún tramo del viaje? Estoy cerca, en bs as...
Es esta vuesrta pagina web?:
http://www.Clubdenavegacion.com, PER, PNB, licencia de navegacion, practicas de radio
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