Salimos
de San Cristobal casi con nocturnidad cuando rompía el alba. El
viento -más al sur de lo que esperábamos- nos permitió “cortar
la curva” que habíamos dibujado en nuestra ruta para salir del
archipiélagos de las Galápagos; teníamos buen viento (unos 15/18
nudos entrando en 50 grados de babor), hacíamos mejor rumbo del
esperado... lo entendimos como el presagio de una buena travesía y
no nos equivocamos.
En el
cuaderno de bitácora leo que un nubarrón puso el viento loco por un
rato, que llovió algo y que había refrescado con relación a
Panamá, pero lo que más se repite en las anotaciones es “todo
tranquilo”.
El
viento los primeros días fue variable pero no hubo que poner el
motor para nada, incluso probamos la trinqueta (es con garruchas y no
la teníamos en cubierta) y dejamos la maniobra preparada para poder
abrirla fácil si el viento subía mucho.
A lo
que uno no se acaba de acostumbrar es a las guardias nocturnas
(bueno, yo no) y si en tres o cuatro días el cuerpo se medio habitúa
al ritmo, una noche de sueño sin interrupciones es suficiente para
que lo pierda.
Las
tres noches de Galápagos me pusieron de nuevo en la casilla de
salida. No recuerdo demasiados momentos concretos de la travesía
pero sí el mal humor de esos primeros días (solo superado en cuanto
a mala onda por el de los últimos días) cuando Johan me llamaba.
Recuerdo haberle dicho que aunque habíamos hablado de la posibilidad
de seguir ruta hacia Suráfrica cuando llegáramos a Pto Williams,
haberle dicho que lo sentía, pero que yo no quería hacer más
travesías largas después de llegar a Chile; solo quería costear,
nada de Sudáfricas, ni de Japones o Alaskas, nada de Polinesias...
La
tarde siguiente, mientras yo preparaba un té, Johan me dijo que
había delfines. Siempre son lindos de ver, siempre te da un subidón,
así que subí a saludarlos. La sorpresa, la mayor de las sorpresas,
es que no eran un par de delfines sino decenas y decenas de ellos;
miraras dónde miraras había delfines en grupos de tres, cuatro,
seis, saltando, haciendo cabriolas. Sacamos las dos cámaras de
fotos, andábamos como locos de un lado a otro. Por la luz nos iba
mejor fotografiar a babor y al rato nos dimos cuenta que la mayoría
de los delfines se habían situado en ese lado del Alea. Les gusta la
compañía, la atención, el juego, todos querían su foto y parecía
que posaran para nosotros.
Johan, con un abrazo y una sonrisa, me hizo notar que a mis quejas sobre las navegaciones largas, el océano me respondía con sus mejores embajadores. En ese momento prometí que no iba a conseguir disfrutar de las guardias nocturnas pero que sería capaz de hacer cualquier navegación que decidiéramos entre los dos porque a los malos ratos se suman momentos impagables... y la balanza -vistas las cosas desde la calma que da la perspectiva- siempre es a favor del mar.
En una anotación del 18 de noviembre escribo “gracias a Neptuno por la travesía más tranquila de nuestra vida. Qué bonito es navegar cuando se navega bonito”, sólo cuatro horas más tarde anotamos que hemos pescado un mahi-mahi de más de 10 kilos que nos daría de comer por toda una semana (y un par de botes de conserva). En verdad a veces no sé de qué me quejo (bueno, si, de mal dormir).
Después
de andar rizando velas, con vientos por encima de los 20 nudos, la
cosa fue cambiando; con el paso de los días el viento fue girando a
popa como para recordarme que no debía haberme quejado de tanto
ceñir porque estoy cansada de decir que prefiero la ceñida que la
empopada... y de desempolvamos el tangón, recordamos la maniobra,
empezamos a movernos como una coctelera y de nuevo parecía que
estábamos cruzando el Atlántico.
En
este tramo de travesía mi mayor ocupación fue llegar a entenderme
con el nuevo piloto automático. Hay anotaciones en las que digo “me
rindo, pongo el piloto electrónico y que Johan lo arregle”, pero
días después hay otra que dice “sigo peleando con Fleming”
seguida de una anotación de la guardia de Johan que díce “lo has
conseguido, me lo has dejado bien trimado” (tenemos estas cosas de
hablarnos a través del cuaderno de bitácora). Al final gané la
batalla y aunque sigo estando un par de niveles por debajo de Johan
en el manejo del instrumento, diremos que ya puedo navegar con él
sin problemas y que se ha portado genial toda la travesía,
especialmente después de Galápagos con su nueva veleta. Ha llevado
el barco a rumbo en todo momento (salvo cuando el viento era tan
escaso que hacía que el barco fuera ingobernable) y se ha gando
nuestra confianza. Un 10 para Fleming.
Y el
viento que nos había acompañado durante días se fue viniendo a
bajo. Probamos con el tangón y más tarde con el génnaker -pero
como yo no quería la vela grande en mis guardias nocturnas- tocó
poner el motor para adelantar.
La
temperatura en las noches ya iba bajando y montamos la cama grande en
el salón y sacamos el nórdico para abrigarnos ¡qué gusto después
de tres años en los que hasta una fina sábana molestaba por el
calor!
Los
días previos a la llegada a Pascua fueron de lucha por sacar unas
millas a vela alternando con largos ratos a motor (motor apoyando el
génova, motor sólo con la mayor para estabilizar) y de nuevo viento
suficiente para avanzar a buen ritmo con una vela a cada banda. Algún
que otro rato de lluvia y por fin Pascua a la vista.
Pascua es una isla montañosa por lo que la vimos desde una buena distancia; primero ves una cumbre y dices “Pascua a la vista” y después ves otra cumbre y dices “no está mal el tamaño de Pascua” y después ves una buena montaña y dices “pues si que es grande Pascua” y poco a poco la ladera se define, el verde del pasto y el ocrre de la tierra, la escasez de árboles, las olas rompiendo con la costa.
Recién
llegados a territorio de la isla recibimos la llamada de Pascua
Radio: la armada chilena tiene fama de ser una de las más activas en
cuanto al seguimiento de los veleros que hay en sus aguas. No sabemos
qué tan estrictos serán en un futuro pero desde luego en Pascua
-tal vez porque éramos el único velero- nos han llamado como mínimo
una vez cada día para ver cómo andábamos. Tal vez habrá quien se
sienta controlado, pero la verdad es que yo me siento (o he decidido
sentirme, que para el resultado es lo mismo) mimada y protegida. Son
gente simpática!
Preguntaron
qué intenciones teníamos y al decir que fondear en Hanga Roa -la
capital- nos informaron de que el viento era fuerte y la ola fea pero
que ok. Al aproximarnos vimos que el mar estaba muy agitado y pedimos
permiso para fondear en Vinapu -uno de los cuatro fondeos de la isla-
situado al sur.
Navegamos
con las cartas de Navionics y tenemos el archivo del continente
americano pero , oh! Sorpresa, Pascua debe considerarse una isla del
Pacífico (que lo es) y no aparece en nuestras cartas (a pesar de ser
parte del continente americano) bueno, salir sí que sale, pero con
una forma de cajita de zapatos que ni coincide con el perfil de la
isla ni está situado en el punto geográfico que corresponde, así
que por primera vez hemos navegado guiados únicamente por el compás
y la vista y con la carta de papel del Atlas de la armada chilena.
Con el visto bueno de la armada pusimos rumbo al fondeo, pasando por un pasillo entre la isla y unos islotes bellísimos ¡guau! Qué bonito esto de Pascua. Llegamos al fondeadero y seguimos las buenas indicaciones de las cartas de la armada. Indican un punto de 20 metros de calado -mucho- pero que es una gran mancha de arena -buen agarre- y allí nos quedamos sabiendo que a media noche el viento iba a girar e íbamos a estar fatal y posiblemente tocaría movernos hacia Hanga Roa de nuevo. Yo sólo pedía que eso fuera más tarde que temprano para poder dormir del tirón... pero no!
Por el
sonido del viento era fácil saber que la cosa se iba poniendo fea.
Con vientos de 25 nudos y el ancla echada en más de 20 metros urgía
moverse porque las olas eran cada vez más altas en el fondeo y nos
daba miedo romper el molinete. La ilusión de dormir 8 horas del
tirón tendría que esperar un día más. A las 3 de la madrugada,
noche oscura, ya estábamos navegando de nuevo. Menos mal que
teníamos guardado el track en el plotter y que el radar funciona de
maravilla, porque no se veía nada y sabíamos que teníamos un
pasito un tanto angosto que pasar. Informamos a Pascua Radio de que
nos movíamos -nos habían pedido avisar de cualquier movimiento- y
nos dieron el visto bueno pero pidiendo que no llegáramos a Hanga
Roa antes del alba ¡¿?! sólo son 8 millas y era pura noche... en
fin, pusimos motor al mínimo y fuimos avanzando despacito con la
esperanza de llegar cuando despuntara la luz del día. Llegamos al
nuevo fondeo cuando el sol apenas apuntaba pero bien, vimos en el
último momento una serie de boyas ¿serían para fondear? pero
decidimos ir al ancla donde las cartas indican.
Estábamos
a punto de largar cadena cuando nos llaman por la radio y nos dicen
que ya podemos fondear porque estamos en un buen punto... nos estaban
viento desde sus oficinas y coincidían con nosotros en la posición
del fondeo, bien está lo que bien acaba.
Fondeados
nos fuímos a echar una cabezadita con el aviso de que a las 11
venían las autoridades a hacer la entrada y demás papeleo.
Cuando
para nosotros eras las 9,40h y aun andábamos dormitando volvió a
sonar la radio (empezaba a hacerme menos gracia esto del monitoreo
constante) para avisar que llegaban en menos de 20 minutos, agrrrr...
resulta que teníamos el reloj una hora mal, así que casi nos pillan
despeinados y sin el primer café de la mañana.
Llegaron
a bordo 7 personas (entre aduanas, sanidad y demás) y empezaron a
llenar papeles. Muy amables y serviciales nos dijeron que eramos el
velero 38 que llegaba a la isla ese año y que era el año que habian
recibido más veleros de su historia! El encargado de sanidad -sin
bajar a rebuscar en las sentinas- me preguntó si teníamos productos
frescos y se llevó mis dos cebollas, unos ajos y un par de
patatas... nada con respecto a mis conservas!!! todo bien
La
entrada en el país nos daba derecho a estar tres meses en él
-renovables por tres meses sin necesidad de salir del país, coste
del trámite 100 dólares por persona- y un año para el velero.
Nosotros habríamos preferido que al salir de la isla los tiempos se
pusieran en cero y volver a hacer la entrada en el país en Puerto
Montt, porque haciendo el papeleo en Pascua todo el mes que
pasaríamos navegando para llegar a Pto Montt restaría de esos tres
meses que disponemos, pero no había otra opción. El barco puede
estar todo un año en el país, renovable a un segundo año, pasado
ese tiempo has de salir del país (y puedes volver sin problemas) o
tienes que importar el velero. La gente de otros barcos nos cuenta
que estando en el sur no hay problema porque ir de Puerto Williams a
Ushuaia es algo habitual y ahí ya cambias de país, y que para los
tres meses estando más al norte o en la zona central de los canales,
lo normal es tomar un bus por tierra a territorio argentino que por
los mismo 100 dólares o un poquito menos te resuelve la papeleta y
te permite hacer un poquito de turimo; nosotros esperamos ir a
Bariloche antes de partir para el sur!
Todos
los trámites tienen un costo de 8 dólares. Eso sí, en Pascua no
hay ningún fondeo seguro para todos los vientos por lo que te avisan
que has de estar pendiente de la meteo (en cualquier caso ellos lo
están por ti) y cabe la posibilidad de que tengas que cambiar de
lugar cada día. A nosotros no nos ha pasado, después de la primera
noche si hemos movido el velero ha sido para conocer pero no porque
el viento nos obligara. Ha sido una semana muy tranquila.
Por
otra parte te avisan de que está prohibido abandonar el barco sin
tripulación en cualquier fondeo. Siempre tiene que quedar un
tripulante a bordo. Nos contaron que el año anterior de los treinta
y pocos veleros que llegaron a Pascua tres se fueron a las rocas;
visto así la estadística es medio terrible y tienen razón en
imponer limitaciones -claro que en el 2014 ningún barco se perdió-
pero a nosotros nos cortaba mucho las alas ¡queríamos conocer algo
de la isla-. Los agentes que estaban a mi lado me dijeron por lo
bajito que esa era la ley y que su compañero estaba obligado a
explicarla y a hacerla cumplir, pero que yo seguramente entendía que
la ley era la ley y que la vida es la vida y que si bajábamos los
dos a tierra pues que qué se le iba a hacer, que sí me pedían por
favor por favor que actuáramos con sensatez y no dejáramos el barco
sólo en una situación comprometida (fondeo dudoso, previsión de
fuertes vientos) y con un guiño me dijeron que disfrutáramos de
Pascua.
Al día
siguiente movimos el fondeo hasta Anakena en el norte de la isla ¡QUÉ
BONITO! Al salir de San Blas pensé que no volvería a ver un agua
así hasta no sabía cuándo, pero ahí estaba el azul turquesa,
envuelto en las laderas de una montaña, con un conjunto de rocas
grandes rompiendo las olas, con una playa de arena blanca, con una
fila de moais custodiando el lugar... Ya tenemos otro lugar para la
lista de nuestros lugares inolvidables. Anakena nos robó el corazón.
El
segundo día bajamos a la playa con la auxiliar. Teníamos el barco a
la vista en todo momento y el viento estaba calmadito. Paseamos,
vimos las famosas estátuas, tomamos una empanada chilena acompañada
de una cervecita del lugar. A penas nos mojamos los pies en un agua
de 19° que a los chilenos les parecía genial y a nosotros
congelada... y volvimos a bordo.
Nos
quedamos en Anakena tres noches más. Como no veíamos sencillo hacer
las compras en Hanga Roa le preguntamos a las señoras que regentaban
uno de los puestos de comida si había algún taxi que nos llevara a
buen precio desde Anakena, amablemente se ofrecieron a hacernos la
compra ellas mismas (no nos cobraron nada más allá de un cambio un
poquito favorable para ellas del dólar al peso) y al día
siguiente, sin movernos del lugar teníamos leche, huevos, lechuga.
Chile
nos estaba gustando -mucho- antes de llegar a Chile propiamente
dicho.
Antes
de partir hacia Puerto Montt volvimos a Hanga Roa porque teníamos
que hacer el zarpe. Como el día estaba tranquilo bajamos los dos y
nos dedicamos a pasear por la ciudad y los alrededores. Hicimos las
últimas compras (a penas unos huevos y algo de pan porque en la isla
todo es c a r í s i m o) y Johan se dedicó a limpiar el casco.
¿os
acordáis del bendito “algo parecido a un percebe no autóctono”
que encontraron los buceadores de Galápagos, pues sí, ahí estaba.
Probablemente es un “algo” que pillamos cruzando el Canal o en el
lado pacífico de Panamá porque en dos años en San Blas no habíamos
tenido nada ni remotamente parecido, y se había multiplicado
increíblemente en el costado estribor del casco. Era bastante feo y
a Johan le llevó unas horas enfundado en su neopreno dejar el barco
a punto para partir de nuevo.
A las
11 de la mañana del día 7 de diciembre con una anotación en el
cuaderno de bitácora que dice “salimos hacia Puerto Montt.
Ilusionados. Sol y viento demasiado del sur” y la siguiente “con
Pascua en la popa, rumbo sur, día precioso” iniciamos el último
tramo de nuestra travesía por el Pacífico
continuará...
3 comentarios:
Llevo siguiendo vuestro blog desde 2008 que comenzasteis a arreglar el Alea, no os leo habitualmente pero me parece totalmente inspirador que sigáis a vueltas por el mundo...
Un saludo desde tierra...envidiando vuestra libertad.
Seguid así.
Saludos y buena proa.
Saludos y buena proa.
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