¡cuántas
cosas caben en un viaje si les dejas espacio!
Ahí
vimos como se alejaba Klaus, que cada tanto se agarra su kayac y se
rema 30 millas arriba y abajo, y seguimos hacia Añihue (43°52S
073°03W), un fondeo que sólo marca uno de los tres libros que
manejamos, que lo define como “good for all winds” pero con una
entrada angosta (tiemblo cuando leo eso de las entradas angostas,
rodeadas de piedras que a ratos velan y a ratos no).
El
camino por nublado y lluviosillo no fue menos bonito, navegar en el
lado de la cordillera tiene su premio, verte rodeado de montañas que
no se acaban, a las que las nubes les roban la cima.
Nos
aproximamos y en el último espacio recogido -sin viento- pero
suficientemente amplio, bajamos el dinghy porque el fondeo era de los
de cabos a tierra; la carta señala una entrada -de unos 10 m de
ancho a lo más más- y dice que entres pegadito a la isla (pegadito
es pegadito) así lo hicimos, con marea alta, y todo fue bien (yo ya
solo me histerizo por dentro y al menos no pongo nervioso a Johan que
como siempre está concentrado y capaz) y tocó echar el ancla (casi
encima de la isla) y atar a tierra (con el culo casi en la montaña).
Había que atar a las rocas y aunque puestos a elegir prefiero árbol,
todo fue rápido y bien.
Y allí
estábamos, en un rinconcito en el que apenas cabíamos, de verdad
protegidos para cualquier viento que quisiera venir, una preciosidad.
Pasamos
la tarde paseando por las rocas y haciendo cositas en la bañera; el
sol que me regaló los últimos rayos de la temporada ya parecía
haber dicho adiós, pero no hacía tan mal tiempo como para no poder
disfrutar de las vistas y pasear... abrigados, pero se podía y no
queremos dejar pasar ni una oportunidad.
Se
aproximaba una baja presión para un día más tarde y aunque el
sitio era perfecto para esconderse del viento, quisimos aprovechar
que ese día podíamos navegar a vela sin problema y decidimos ir a
la caleta Poza de Oro que se veía perfecta para aguantar el temporal
si es que venía. Yo estaba un poco recelosa porque en la bajada
teníamos que navegar un canal estrechito (canal refugio) y se me
antojaba que el viento se podía encañonar. Recogimos cabos,
levantamos el ancla, subimos la auxiliar a la cubierta e izamos las
velas: rumbo sur.
En el
canal todo fue genial (si acaso algo escasos de viento) pero ¡ay
señor! La que nos esperaba al dar la curva.
El día
estaba lluvioso pero los dos estábamos en la bañera. Dejamos atrás
Refugio y nos dirigimos a Moraleda (el canal ancho y principal), en
previsión de que el viento aumentara -es lo habitual- en el canal
recogimos dos rizos y dejamos menos génova... afortunadamente. 40
nudos mantenidos con rachas de hasta 55 y una ola corta e
incomodísima fueron el recibimiento de Moraleda. Puaj!!! ya no me
acordaba que navegar a veces puede ser menos divertido.
Tuvimos
que recoger el tercer rizo (nos aproamos un poquito y el anemómetro
marcó 58) y dejamos un trapito de génova. Solo teníamos que
navegar 12-15 millas antes de resguardarnos de nuevo y a más de 8
nudos de velocidad eso era poco y menos. Nos cruzamos con un mercante
que iba hacia el norte como si en una montaña rusa se paseara. Ya
alcanzábamos la esquinita que nos iba a librar del viento cuando
vimos al mercante girar sobre si mismo y seguir nuestros pasos...
¡cómo puede ponerse el mar! El viento, a resguardo de la isla se
quedó en 15-20 nuditos, todo bien, prueba superada. Navegamos otra
hora antes de tomar el brazo que nos llevaba al fondeo, con el viento
en contra pero la corriente a favor el camino, entre niebla y lluvia,
se hizo corto y a pesar de que la entrada era nuevamente angosta, fue
un descanso echar el ancla y ver que las rachas de 35 del canal no
pasaban de 15 en el fondeo (44°08'8S 073°06'2W)... y nos regalamos
un té calentito y por primera vez encendimos la estufa para ayudar a secar la ropa.
Por la
noche, tras la cena, ya cada uno con su libro en la mano, Johan
estaba intranquilo, Miguel, un argentino que tiene una rueda de
navegantes en la radio de onda corta, nos había dado un parte según
el cual se esperaban rachas de hasta 55 en la noche. El ancla había
cogido fenomenal, teníamos espacio para el borneo, pero yo podía
ver la cabeza de Johan dando vueltas y más vueltas.
Finalmente
me dijo
- creo que es el momento de estrenar la segunda ancla!
- Pues claro!
A mí
ni se me había ocurrido pero en un plis plas la sacamos de la
sentina y la montamos (es una fortress 37), buscamos su cadena (10
metros de 10 mm) su cabo (70 metros) y nos fuimos a preparar la
maniobra. En menos de 30 minutos la segunda ancla descansaba en el
fondo de la bahía, ahora ya podía soplar.
Nosotros
dormimos como bebés, confiados en el fondeo que no nos falló, en la
mañana vimos que la máxima recogida durante la noche fue de 36
nudos, el barco no se había movido nada de nada.
Pasamos
un día tranquilo a bordo (pequeños trabajos, lectura, película),
al siguiente fuimos a pasear por las lagunas interiores (menos
interesantes que en Pailad)
y finalmente fuimos a visitar a la
familia.
Actualmente son un matrimonio pero durante años vivieron
allí, casi el fin del mundo, con tres hijos (hacían escuela en
casa) y allí siguen los padres ahora que los hijos emprendieron sus
propias vidas. La señora de la casa hace trabajos esporádicos para
las piscifactorias, el tiempo lo pasan jugando al ajedrez y leyendo
(tele tienen pero la ven poca por aquello de que les cuesta generar
la electricidad), no tienen teléfono ni internet (se comunican con
la radio VHF con los muchos pesqueros y piscifactorías de la zona).
Para ir a la ciudad más próxima tienen que ir en bote a motor por 2
horas, desde ahí pueden tomar un bus para ir a ciudades más
grandes. Tienen un apartamento en Santiago, dicen que viven ahí no
porque no tengan otra cosa que elegir, simplemente porque ahí son
felices. Y se les nota!
En
este viaje estamos conociendo a mucha gente interesante, reconocemos
que es genial compartir el mismo idioma pero a eso hay que sumarle
que nosotros tenemos ganas de relacionarnos con la gente de acá y
que los chilenos nunca han tenido para nosotros más que actitudes
amables y hospitalarias... ganas nos dan de instalarnos aquí para
siempre jamás!
Después
de los días de relax tocaba seguir camino. En principio queríamos
navegar por el canal Puyuaguapi, informan las guías que no tiene los
mejores fondeaderos pero que navegar entre las cumbres de la
cordillera es precioso. Sin embargo en la Patagonia cruisers net
(otra red en la radio, esta manejada por un alemán donde nos
reunimos con otros veleros de la zona) dos veleros dijeron que se
dirigían a la marina Jéchica y nos decidimos por la compañía.
Aprovechando
la marea a favor -importante por aquí- salimos temprano; tuvimos que
cruzar de nuevo Moraleda que esta vez estuvo más tranquilo. La parte
oeste del canal (las islas Chonos) es también bonita, pero
diferente. Islotes e islas repartidos por todos lados, formando
recobecos y caminos sustituyen la majestuosidad de la cordillera. Las
últimas millas tocó hacerlas a motor y llegamos a Jéchica; es una
marina (secillas las instalaciones en el agua, un pantalán flotante)
pero con unas construcciones en tierra estupendas (bar restaurante,
tres cabañas, casa social para los navantes, hasta un jacuzzi!).
Como ya caía la tarde decidimos cogernos a una boya (44°25'12S
073°51'69W).
A la
mañana siguiente vino Cirilo en guardián de la marina, a
informarnos que podíamos usar el pantalán y que sí queríamos él
nos conectaba el servicio de internet, todo sin costo alguno porque
la marina estaba cerrada por temporada baja. Nos atamos al pantalán
y nos fuimos de paseo
En la
tarde llegó el Randivag, un velero sueco que viaja hacia Pto Montt
desde Pto Williams. Los ayudamos a atracar y pronto organizamos una
cenita.
El
entorno es precioso, tuvimos suerte de tener dos días claros y
despejados, paseamos, usamos los servicios que Cirilo amablemente nos
facilitó (tener internet en un lugar recóndito es genial) y
compartimos buenos ratos con Sven y Lisa.
Teníamos
pronóstico de buenos vientos del norte y decidimos partir. Los
suecos se quedaban un par de días a la espera de algún sur que los
ayudara a subir. Siguiente destino: posiblemente un fondeo llamado
“árboles espectrales” pero como siempre el viento era el que iba
a mandar.
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