martes, 8 de mayo de 2012

Guadalupe no nos quiere

Salimos de Dominica para ir a Guadalupe aunque lo nuestro iba a ser un paseo relámpago por esta isla; los días a bordo de Fernando llegaban a su fin y él tenía un especial interés en ver Antigua, así que sólo queríamos pernoctar lo justo en Guadalupe para ir al norte sin demora.

Tal vez por eso, la isla se sintió un poco ofendida y no nos trató demasiado bien!

Tenemos amigos que han hecho de Guadalupe su puerto base y han pasado más de un mes recorriéndola, descubriendo rincones estupendos, paseando por el interior para visitar cascadas, disfrutando de la vida debajo de una palmera... pero nosotros hemos tenido vientos duros, días lluviosos seguidos de copiosas lluvias, otro poco más de viento y poco más. Sí, algún rincón bonito hemos visto y algún día estupendo hemos pasado, pero no es de las islas que vayamos a recordar con más cariño (y repito que probablemente el problema no esté en la isla en sí, simplemente en las circunstancias de nuestro paso por ella)

Salimos de Dominica para hacer un trayecto cortito hasta Les Saintes. Son un conjunto de islas al sur de Guadalupe y dependientes de esta. Optamos por ir al fondeo de la capital -para poder formalizar los papeles de entrada- donde hay que atarse a una boya (perfectamente señalizadas: eslora y peso máximo del barco) que nos costó 12 euros.


El pueblo, acostumbrado a recibir el turismo de los grandes cruceros, tiene muchos bares y tiendas de souvenirs; nosotros ocupamos la tarde con Angel del Bahía que ha pasado varias veces por Los Roques y, guía en mano, nos indicaba los mejores fondeos y los lugares que debíamos evitar y los que no nos debíamos perder.

Los trámites de entrada son sencillos y ahora se hacen en un cibercafé; en principio son gratuitos y sólo pagamos 1 euro al bar (por las impresiones) y la boya en la que amarramos.

Al día siguiente nos despedimos de Angel que regresaba a Dominica y nos fuimos a Point â Pitre dónde nos habían dicho que era sencillo cargar el depósito de agua; ya en la marina nos planteamos pasar una noche amarrados para poder ir a tierra con comodidad (no pisábamos un puerto desde Santa Lucia) pero el amarre que nos ofrecieron no era suficientemente amplio para Alea así que tras pasear por toda la marina detrás de la lancha del encargado del puerto -que pese a que estaba avisado de nuestro calado nos hizo “besar” el fondo- nos fuimos a fondear.

Tras las aguas cristalinas a las que nos habíamos acostumbrado, la zona en la que fondeamos era tranquila y nos aseguraba una noche para dormir a pierna suelta... pero bonita, lo que se dice bonita no era, así que después de hacer las compras básicas, al día siguiente, nos trasladamos hasta la isla de Le Gosier.


El fondeo era más movido pero el color del agua era de ese azul que a mí me vuelve loca, clarita, y el acceso a la isla con la auxiliar, cómodo y fácil, así que nos fuimos a descubrir la isla (que se recorre a pie, a paso lento en menos de media hora!)



Una cervecita, un paseo hasta el faro



Unas fotos al paisaje


y de regreso al Alea para más tarde intentar llegar a la ciudad de la isla grande que había frente a nosotros; volvimos a coger la auxiliar, no veíamos claro donde arribar y finalmente pusimos rumbo a una playita. Con esfuerzo y remojón subimos el dingy a la playa y -tal y como acostumbramos a hacer- lo atamos con una cadena a la un árbol. Antes de que acabáramos la operación vinieron dos amables señoras a decir que ni se nos ocurriera dejar la auxiliar ahí sola porque al volver no la encontrábamos ni a piezas; les dijimos que teníamos candados y cadenas y nos aseguraron que eso no era problema para los que le echaran el ojo encima; un minuto después nos dijo lo mismo una familia que tomaba el sol, un señor que leía un libro... y para postre, mientras pensábamos qué hacíamos, se puso a diluviar.


En cuanto escampó volvimos a Alea sin paseo por tierra; es la primera vez en el Caribe que nos han transmitido sensación de inseguridad. Por las noches atamos la auxiliar al barco con una cadena y el motor fueraborda tiene un buen candado, pero ni siquiera la subimos a la cubierta y lo mismo vemos a hacer a muchos otros barcos en los fondeos. Sin embargo aquí...


Y sin más decidimos empezar el camino hacia el norte. La isla tiene forma de mariposa y Point â Pitre está donde andaría el cuerpecito del animal. Teníamos que recorrer un buen tramo hasta llegar al punto más occidental e iniciar la subida.


El viento estuvo presente pero tranquilo por un buen rato, pero llegados a ese cabo la cosa se desató; primero un rizo, luego dos y por primera vez en mucho tiempo tomamos el tercer rizo, el anemómetro marcaba 45 nudos mantenidos y hacía rato que los 7 nudos de velocidad se habían quedado atrás, todo el tiempo por encima de 8'5 -yo pálida como una aparición- y en un momento vi como marcábamos 10'2 de velocidad. El Alea noble, navegaba sin problemas, el capitán tranquilo -a mí me lo parecía- estaba tenso, alerta pero satisfecho del comportamiento del barco... yo estuve ahí todo el tiempo, atenta por si hacía falta echar una mano en algo y calladita que es como mejor estoy cuando no hay mucho que decir. No pasé miedo -no sentí que hubiera motivo- pero no me gusta correr e íbamos volando; no son mis navegaciones favoritas, pero el barco y el capi me arrullan y me cuidan; navegar, es lo que tiene!


Al amarrar miramos el histórico del barómetro y marcaba -en el momento de la ventolera- una bajada puntual muy acusada


Pasado el cabo el viento seguía soplando (aunque ya en unos treinta y pico) y pensamos que lo mejor sería fondear en Anse La Barque; llegados allí una pareja de ingleses nos hizo señas; nos acercamos y nos comentaron que en la noche habían garreado varios barcos y que mejor siguiéramos al norte en busca de un mejor fondeo. Pues nada, para arriba. Lo volvimos a intentar en la bahía que hay frente a Pigeon Island y que estaba llenísima; aun así encontramos un huequito que nos pareció suficiente... pero que no lo era y nos tocó levantar de nuevo el ancla y seguir hacia el norte. La isla se nos empezaba a quedar pequeña y sólo nos quedaba un fondeo antes de llegar al norte de la costa oeste!


Llegamos a Deshaies y aunque estaba también muy concurrido encontramos un sitio y decidimos quedarnos un par de días a descansar de la subidita tan movida que habíamos tenido



Desahies es un pueblo con encanto, se puede ir a pasear y a bañarse al río, hay un par de supermercados, se puede alquilar un coche, venden un helado hecho a mano (con una simpática máquina, en plena calle) de papaya y coco...

Pero a mi lo que más me gustó fue quedarme embobada (una de mis especialidades) mirando los pájaros en la bahía


Hemos vuelto a Guadalupe -precisamente a Deshaies- en nuestro camino hacia el sur (os escribo desde Martinique donde nos preparamos para el salto a Los Roques) y la isla nos ha vuelto a recibir arisca. El fondeo de Deshaies tiene fama de encañonar el viento y ser incómodo: nos ha llovido los dos días que hemos estado y el viento ha ululado día y noche por encima de los 25 nudos...


En fin, que parece que Guadalupe no nos quiere.


Siguiente capítulo del blog: un paraíso llamado Antigua


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