Llegó super trajeado el muchacho con un Toyota 4x4 pequeñito, con cambio de marchas automático. Resultó que en esta isla, para poder conducir, tienes que comprar un permiso temporal de conducción, que el seguro no estaba del todo incluido en el precio, que los impuestos se contabilizaban a parte; en resumen, alquiler de un coche en el que viajamos cómodamente los cuatro costó 92 $US, combustible a parte.
Os tengo que explicar que en estas islas, además de ser anglófonos, conducen por la izquierda como en el reino de su Majestad la Reina Isabel II... así que tener el cambio automático era de agradecer. Ya os comenté que además de la dificultad de conducir por el lado contrario, tomar las rotondas del revés, etc, etc... los grenadinos parecen estar entrenándose para participar en cualquier rally en cualquier momento, sumad que las carreteras no son muy anchas y que el arcén es un hueco en el que te caes y no sales... y tenéis un emocionante día de excursión.
El coche lo llevaba Johan y yo llegué a casa por la noche con un tirón muscular de tanto “apretar” el freno -acto reflejo- durante el camino; hubo algún momento en el que literalemente pensamos que nos arrollaba un bus, otro en el que paramos completamente -a pesar de las quejas de los coches de detrás- para dejar pasar a una furgoneta... creo que fue una buena forma de removernos la adrenalina a los cuatro.
Pero valió la pena.
Las cascadas más famosas se llaman Seven Sisters Falls, pero no queríamos meternos con el coche en Sant George's dedicimos conducir hacia el este y esa ruta nos llevaba otras cascadas. Allí, antes de quitar las llaves del contacto del coche, ya teníamos un guía que nos acompañó durante todo el trayecto, por un camino que se perdía en la jungla, completamente embarrado (todavía estamos en época de lluvias), envueltos entre árboles de mango, cocoteros, plantas...
y por fin la cascada ¡PRECIOSA!
Llegamos a un primer punto, según nos contó Kevin, la más alta del país y yo que no soy de bañarme mucho, no tardé ni un momento en estar metida en el agua. Después seguimos andando un poquito para llegar a una cascada menos alta pero con un espacio más amplio para bañarnos todos. Lo mejor de todo es que estábamos solos, sin prisa, bañándonos en un agua que si no era cristalina ¡era dulce!.
Después de unas risas, unas fotos, unas brazadas, nos vestimos y volvimos al coche (después de pagar los servicios de Kevin que nos cogió unos ricos mangos de los árboles del camino) y nos dirigimos a Greenville, la segunda ciudad de la isla.
Ahí comimos, en un restaurancito de los lugareños -no creo que aquí hubiera ninguno para turistas- con una pinta tal vez no muy apetecible, con una comida servida en platos de poriespan... riquísima y que nos costó 15 $ EC por persona. A nosotros nos gusta mucho, mucho, comer en estos lugares, mano a mano con las gentes de la ciudad, y afortunadamente nuestros estómagos lo resisten sin queja alguna, por lo menos de momento.
Y en nuestra ruta turística decidimos seguir hacia la fábrica de chocolate. Se trata de una fábrica en la que se procesa el cacao de una plantación que en otros tiempos fue de un inglés y hoy pertenece a un propietario hindú. Son un montón de hectáreas y en una mini-visita guiada nos enseñaron desde el proceso de fermentación de las semillas, el secado y tostado. Nos explicaron que se dedica en buena medida a la exportación (en ese caso no se hace el final del proceso, porque comprándolo en este estadio se paga el precio de materia prima y no de producto elaborado cosa que proporcionaría mayor riqueza a los países productores, pero no voy ahora a entrar en una discusión sobre el comercio justo -aunque ganas no me faltan jeje-), pero también había producto elaborado que podíamos adquirir allí mismo.
Nos invitaron a un té aromático con chocolate que por si sólo habría valido la excursión, y seguimos rumbo al Grand Etang que es un lago que se ha formado en la boca de un volcán. Caminamos un poquito pero el barro hacía los caminos un poco impracticables así que decidimos volver. Nos habíamos ganado una cervecita.
Días más tarde, ya con Fernando a bordo, decidimos ir de nuevo al interior para ver la cascada más popular (seven sister falls) pero en lugar de contratar una excursión (nos pedían 90 $ US por persona) o alquilar un coche (que ya habíamos visto que no era barato, pero sobre todo Johan dijo que no quería volver a conducir y ninguno de los otros hicimos gesto de querer hacerlo) averigüamos los buses que nos podían llevar hasta allí... y nos fuimos en transporte público. No debe ser algo habitual porque todos los lugareños se mostraban sorprendidos, y si a eso le sumáis que antes de las 9 de la mañana ya estábamos en las cascadas, pues éramos unos bichos raros... que disfrutaron de la visita a las cascadas en la más absoluta intimidad.
La entrada cuesta 5 $ EC y el camino está perfectamente señalizado así que no es necesario acompañarse de guía (y a esas horas no había ninguno que se ofreciera); el señor que nos vendió las entradas nos dijo que esperaban un grupo de unos 25 estudiantes, pero que si nos dábamos prisa nos podríamos bañar nosotros solos.
Bajamos caminos, subimos pendientes, dudamos que hubiera unas cascadas en algún sitio, descubrimos el verdadero sentido de la palabra exuberante... y llegamos por fin.
En el camino de vuelta nos cruzamos con un agricultor que nos explicó un montón de cosas sobre las plantas y árboles del lugar, un lujo como premio al madrugar!
Pasamos un rato estupendo, el agua clara y fría (muy fría) en un entrono precioso... el costo total había sido de 15 $ EC por los buses (por persona) y 5 por la entrada (20/2,6= 7,6 $ US frente a los 90 qe nos pedían las excursiones organizadas).
Grenada ofrece todavía más caminatas y más cascadas, más fábricas (de especias) y más rincones; pero el Caribe es grande para verlo en 4 o 5 meses, así que tocaba seguir la ruta.
1 comentario:
Me voy a comer un "pa amb xocolata" que me ha entrado hambre... :)
Carles / XaoXao
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